Que el día te pille bailando
“Han pasado justo cuatro meses de aquel día, y es la primera vez que me siento a reflexionar y escribir acerca de todo lo que hemos vivido desde entonces.
Fer y yo pensábamos que después de que pasara toda la vorágine que conlleva organizar una boda, tendríamos más tiempo para relajarnos y disfrutar de no hacer nada. Pero será por nuestra manera de vivir la vida, en la que no nos detenemos ni para coger aire, que lejos de parar la pata, ahora vamos aún más deprisa por miedo a perdernos algo que merezca la pena vivir.
Y es que somos unos disfrutones. Y como tal, preferimos que el fin del mundo nos pille bailando. O riendo, o viajando, o besando.
Bien podría haberse producido ese uno de octubre del año pasado la mayor hecatombe mundial, que no nos hubiéramos enterado. Nos tendrían que haber arrancado de la pista de baile y tapado la boca para dejar de cantar.
A nosotros y a nuestros familiares y amigos. Que se contagiaron por unas horas de esa energía agotadora y nos acompañaron en cada estrofa desde primera hora de ese sábado.
Esa mañana, las habitaciones del hotel Mencey, donde nos pusimos guapos para el gran día, se impregnaron de ese ambiente relajado y distendido que suele haber cuando estás entre amigos. Ya picaban en el estómago las cosquillas porque se acercaba el momento. Y qué ganas tenía. Me moría por verle, por decir delante de todos “Sí, quiero”. Por que empezara la fiesta de habernos conocido hace siete años para voltear nuestro mundo para siempre.
El momento de bajar del coche, y ver a todos esperándome. Estaban todos. Y algunos habían viajado desde tan lejos para verlo… (Qué agradecida y privilegiada me siento por ello) A partir de ahí los nervios se disiparon y sólo me ocupé de dejarme llevar y disfrutar. Disfrutar y sonreír. Tanto, que me dolían los carrillos al salir de la iglesia.
Cuando las navidades anteriores habíamos decidido celebrar el convite en Jardines de Franchy, teníamos muy claro que podíamos confiar ciegamente en María Eugenia. Su buen gusto y su experiencia me daban la misma tranquilidad que delegarle la organización de la fiesta a una vieja amiga.
Digamos que fue un flechazo con ella y con aquél lugar. Un edificio rebosante de historia, unos jardines con carácter y unas vistas irrepetibles, se sumaban a la personalidad cercana y siempre amable de todos los que trabajan allí. Y el día de la boda, todo brillaba y estaba más bonito aún que nunca.
Además, y como tenía clarísimo que sería desde que decidiéramos casarnos, cada momento tuvo su banda sonora. La música es muy importante para los dos, y ese día no podía faltar. Sonó María Dolores Pradera, en honor al padre de Fer; Louis Prima, por esa Roma que fue testigo de nuestra pedida; y Van Morrison por nosotros.
Y para bailarlo todo, vestí un diseño INúñez que costó sudor y lágrimas crear tal y como yo lo había soñado, pero que finalmente fue una realidad gracias al buen hacer de Sofía, que entendió desde el primer momento que ese día quería verme como una actriz de Hollywood de los cuarenta. El tocado, que lucí en la fiesta, fue diseñado por mi y confeccionado por mis compañeras de Rita Von bajo la única condición de que fuera lo más fiel a mi personalidad. Y así fue.
Volvería a vestirlo mil veces. Volvería a juntaros a todos en aquél jardín para cantar a pleno pulmón como hicimos. Volvería a decirte que sí donde sea y como sea. Repetiría, sin dudarlo, el día más feliz de mi vida.
Y que nos vuelva a pillar bailando.”
Cristina.
Share this story